DIALOGOS DE SALAMINA

DIALOGOS DE SALAMINA. UN PASEO POR EL CINE Y LA LITERATURA

Editorial:
RQUER
Año de edición:
Materia
Cine
ISBN:
978-84-8310-809-3
Páginas:
220
Encuadernación:
Otros
Disponibilidad:
Disponible en 2/3 dias laborables

29,00 €
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Nota

a la edición



Una

historia irresistible



 



Uno

de los amigos a los que Javier Cercas regaló su novela Soldados de Salamina

nada más publicarla fue el escritor y director de cine David Trueba. Hacia el

mes de junio de 2001, antes de la explosión del "fenómeno Salamina",

Trueba había tomado ya la decisión de que, tras La buena vida y Obra maestra,

su tercer largometraje como director sería una adaptación de la novela de

Cercas. El rodaje de la película, protagonizada por Ariadna Gil, Ramón

Fontseré, Joan Dalmau, Diego Luna y María Botto, se inició en marzo de 2002 y

se prolongó durante once semanas. Por aquel entonces, la novela -que nació

destinada a convertirse, en el mejor de los casos, en un libro de culto- se

había consolidado como "algo más que una novela". Soldados de

Salamina llevaba ya varios meses en el primer puesto de las listas de ventas y

estaba en un proceso de acumulación de reconocimientos nacionales e

internacionales que aún ahora parece no haber concluido. No es probable que

Javier Cercas, pese a que se defina como un optimista radical, hubiera aspirado

a realizar tan pronto y de esta manera el sueño de cualquier escritor.



 



Un

fotógrafo barcelonés, David Airob, fijó formidablemente con su cámara algunos

de los momentos del rodaje de la película. Para una exposición de su trabajo,

Airob solicitó a Cercas y Trueba que

escribieran breves textos a modo de pies de fotos. Éstos pensaron en lo bonito

que sería reunirlas en un libro, una iniciativa que enseguida sedujo a los

editores de la novela. Para arropar las fotos, se creyó interesante añadir unas

conversaciones entre el escritor y el cineasta.



 



David

Trueba fue, una vez más, el responsable de una gran alegría para mí: el 9 de

septiembre de 2002, me escribió una carta en la que me brindaba la posibilidad

de "vigilar esta conversación, delimitarla, censurarla, cercenarla,

llenarla de sexo [sic] y, esto es lo peor, transcribirla y darle un estilo

uniforme". La oferta de David era un encargo irrechazable, de los que se

aceptan antes de que acaben de proponértelos: iba a reunirme con mis dos amigos

durante unos días y conducirles por vivencias, anécdotas y reflexiones

provocadas por una novela y una película que tanto les -nos- había mejorado la

vida. Esto yo no me lo podía perder.



 



Durante

trece horas y quince minutos, asistí a un espectáculo para mí delicioso: dos

primeras espadas de mi generación, dos creadores que aún no eran mayores de

edad cuando murió Franco, arrojando su lucidez y alegría sobre las claves de la

novela y de la película o sobre la Guerra Civil, la memoria y el olvido, el

éxito y el fracaso y las endiabladas relaciones entre el cine y la literatura.



 



Lola

Lamana y Teresa Ortas se ocuparon de la trascripción literal, una tarea que me

permitió recuperar palabra por palabra el contenido de la charla. Luego,

simplemente, me limité a depurar el texto y a introducir un cierto orden en la

avalancha de ideas y anécdotas que llenaban las cerca de 400 páginas de la

transcripción. El 31 de diciembre de 2002, David y Javier vinieron a pasar la

Nochevieja y el día de Año Nuevo a mi casa de Zaragoza. En medio de una

simpática resaca, revisamos esa primera versión y sacamos algunas conclusiones.



 



El

resultado de este trabajo es Diálogos de Salamina, un libro insólito aunque

sólo sea porque, por algún extraño motivo, es la primera vez que se publica, al

menos en castellano, un libro de conversaciones entre el autor de una novela y

el director que la ha adaptado. Tal vez las razones de esta singularidad se

deban a la pura casualidad o, por qué no, al hecho de que no sea muy normal que

coincidan tantos estímulos excepcionales alrededor de una misma obra que se

expresa en lenguajes tan distintos como el cinematográfico y el literario. No

es muy normal que la vida de un escritor se vea tan confundida con su propia

creación y que en esta creación convivan, en una ambigüedad arrebatadora, el

ensayo y la investigación periodística, el pasado y el presente o la realidad y

la ficción. No es muy normal que un director de cine se sienta atrapado de esa

manera por un material sólo en un principio literario y se obsesione en

prolongar en su película la emoción y las infinitas sugerencias de una historia

irresistible. Y no es muy normal que entre un novelista y el cineasta que ha

osado poner sus manos sobre su obra se deslice tal grado de afinidad,

admiración mutua y reconfortante complicidad.



 



A

estas alturas, parece claro que ha sido un placer para mí contribuir a que

Diálogos de Salamina haya sido posible. Aunque he de admitir que no he podido

seguir, con el entusiasmo que merecía, la insinuación de David -su particular

homenaje a Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges- de llenar de sexo estas

conversaciones. Eso era algo que, dadas las circunstancias, se revelaba un poco

forzado. Para qué nos vamos a engañar.



 



Luis

Alegre



Zaragoza,

10 de febrero de 2003