Nadie, al
finalizar la lectura de El ángulo del
horror, podrá estar seguro de no encontrarse con que los objetos más
habituales, la casa natal, los familiares o amigos han cobrado una apariencia
insospechada. Y es que desde la primera línea entramos en un mundo en el que la
quietud, el desconcierto, las extrañezas de la vida cotidiana y a ratos un
aparente disparate conspiran para dejarnos entrever oscuros mecanismos del
alma. Aunque, ¿tiene algo de anormal
que a Marcos le guste deambular
desnudo por casa arrancando los más tétricos sonidos a su querido
helicón ? ¿Parece raro que un niño se crea, por error, el único
destinatario del legado del abuelo ?
¿Acaso el clima de tensa expectación que se crea cuando Carlos descubre el terrible ángulo no recuerda algo ya vivido por
cualquiera ? Y ¿quién no ha sentido la exasperación de la Flor de España, agobiada por la
conversación trivial de una mujer obsesiva ? Nada es alucinación, todo es
real. Pero algo se quiebra irremediablemente en algún lugar.